Si nos encasillamos en lo que actualmente se denomina “pensar lógico”, encontraremos que todas las decisiones tienen un límite, un punto que aunque parezca sumamente abstracto y pueda infinidad de veces ser pasado por alto, establece la diferencia entre lo palpable y tangible (y por lo tanto podríamos decir lo evidentemente seguro) y lo meramente especulativo, lo riesgoso, que aunque no se percibe se manifiesta fastasmagóricamente en el sendero de la posibilidad. Debo decir, muy a mi pesar, que la mayoría de la gente se abstiene de traspasar la tan mentada frontera, actitud que obedece al producto de conductas temerosas, de conciencias huyendo como ratas de todo acontecimiento que salga de “la normalidad media establecida por los cánones morales”.
Pero por suerte para nuestra nefasta humanidad, aún quedan mentes atrevidas, capaces de derrumbar la sólida construcción monolítica de la inmunda lógica, aún quedan esos cerebros privilegiados que, con su valentía y audaz desafío a la vida dejan sus nombres inscriptos en la memoria de otros hombres.
El caso de F.M. fue de lo más peculiar. Hijo de padres millonarios, de manera alguna se había destacado como niño prodigio o algo que se le pareciera. En realidad, desde su más lejana infancia siempre había sido catalogado como un inservible, como una profunda desgracia para su familia. Y no era para menos, tan horrible era el pobre con su figura rechoncha, su cara de jabalí, su nariz de buitre, sus modales de estúpido-incorregible y su intolerable y repugnante voz chillona... Lamentablemente para sus padres, el tiempo, lejos de producir un cambio favorable, lo había tornado tan desagradable hasta el punto de generar en su familia un profundo odio: pensaban seriamente en deshacerse de él.
Pero he aquí lo inusitado, lo improvisadamente genial, la verdadera prueba de lo que puede una mente humana libre de ataduras. F.M., dándose cuenta de la situación (bastante precaria a esa altura, ya que sus progenitores amenazaban con desheredarlo ante el más estúpido de los motivos), ideó el plan maestro que aún hoy lo mantiene en el recuerdo de los demás mortales, gracias a una oportunidad que se le presentó y supo aprovechar magistralmente. El hecho ocurrió precozmente, en 1982, cuando nuestro héroe contaba con dieciocho años de edad. Como todos sabemos, en esa época los hombres eran sorteados para cumplir con el servicio militar obligatorio y solamente los números bajos eran los que se salvaban. El desventurado F.M., ante la algarabía de sus familiares que soñaban con la posibilidad de un año sin su presencia, sacó el número 923, lo que significaba que le tocaba la Marina y que el lugar de cumplimiento del servicio iba a ser bastante lejano, es más, probablemente pasara mucho tiempo embarcado. Debo añadir para información del lector que en esos años el servicio militar era rigurosísimo y sólo con mucho dinero de por medio podía uno salvar su pellejo. Por supuesto que los millonarios conocían a gente influyente, a personajes importantes que habrían podido hacer algo, pero no estaban dispuestos a malgastar ni un céntimo de su fortuna para la salvación de su despreciable e inmundo vástago. Pero ellos no sabían lo que el destino, con su densa sombra pegajosa e implacable, les depararía.
A continuación, transcribo parte del interesante diálogo entre F.M. y su padre en el transcurso del cual surgió de la lúcida inteligencia del primero la jugarreta histórica que le daría la gloria. Trataré de ser breve y conciso, obviando detalles que solo servirían para adormecimiento del lector
-Padre, como sabrás he sido sorteado para cumplir con el servicio militar -chilló F.M.- Necesitaría que me prestes dinero para poder salvarme. Detesto el ejercicio.
-No pienso tirar mi dinero tradicional y casi me atrevería a decir sagrado para que un imbécil de mierda como vos no cumpla con algo que tal vez le sería provechoso y le daría un aprendizaje de vida -expresó el padre en forma desmesuradamente irónica.
En ese momento las fuerzas de F.M. parecieron renacer. Su abominable rostro pareció iluminarse de pronto.
-Papá, te gustaría deshacerte de mí para siempre? -dijo sonriendo.
-Nada me haría más dichoso que no verte más. Sos la vergüenza que envilece nuestra estirpe -contestó el padre con una mirada francamente antipática.
Los ojos de ambos se cruzaron en un punto imaginario. No se parecían en nada. Tal vez la animosidad paterna provenía de una supuesta infidelidad de la madre con un cobrador de seguros pero, ¿quién podría asegurarlo?
-Tengo una gran idea que quizá pueda complacerte -prosiguió F.M.- pero si querés ganar también tenés que arriesgar , aunque sólo en forma mínima ya que contarías con un 99 posibilidades a favor y un uno por ciento en contra.
-Tratándose de no verte más arriesgaría mucho más que eso.
-Entonces lo que te voy a proponer te va a gustar mucho.
-Hablá -dijo el padre que empezaba a ponerse ansioso.
-Me voy a salvar del servicio militar sin tu ayuda económica -expresó F,M. impasible.
-Lo que dijiste es la estupidez más grande que he oído en mi vida. ¿Qué tiene que ver con nuestro asunto? Vamos, aclaralo rápido, estoy perdiendo demasiado tiempo con tus pelotudeces.
-Bien, el trato que te propongo es el siguiente, se trata de una apuesta. Si logro mi cometido me tendrás que entregar todo el dinero y las propiedades de la familia. En caso contrario me desheredarás, yo me iré de aquí y nunca más me volverás a ver. Lógicamente, haremos los trámites indispensable ante un escribano que legitime toda la documentación correspondiente a las dos opciones posibles y en cuanto se conozca el resultado se procederá a disponer de nuestras respectivas suertes.
-Jamás pensé que sería tan fácil desprenderme de vos, basura infecta. En poco tiempo serás un soldado, un colimba arrastrado y alcahuete. No veré tu sucia cara ni en fotos- aseguró el padre saliendo de la habitación tras un violento portazo.
Pero el millonario se había equivocado. F.M., rompiendo todo tipo de esquemas, cruzó la barrera de la lógica, inscribió su nombre en el pedestal de lo inusitado y consiguió su difícil cometido. A los dieciocho años se convertía en el millonario más joven del país. Desde entonces, su detestable familia vivió muy lejos del viejo esplendor, soportando pobreza, hambre, penurias y humillaciones.
Y F.M. siempre sonreía al contarlo. Siempre con su cara de jabalí, su nariz de buitre, sus modales de estúpido incorregible y su voz chillona insoportable. Siempre desde su silla de ruedas, que comenzara a usar luego de que un tren le amputara ambas piernas aquel día en que pasó a integrar la lista de los grandes.
Pero por suerte para nuestra nefasta humanidad, aún quedan mentes atrevidas, capaces de derrumbar la sólida construcción monolítica de la inmunda lógica, aún quedan esos cerebros privilegiados que, con su valentía y audaz desafío a la vida dejan sus nombres inscriptos en la memoria de otros hombres.
El caso de F.M. fue de lo más peculiar. Hijo de padres millonarios, de manera alguna se había destacado como niño prodigio o algo que se le pareciera. En realidad, desde su más lejana infancia siempre había sido catalogado como un inservible, como una profunda desgracia para su familia. Y no era para menos, tan horrible era el pobre con su figura rechoncha, su cara de jabalí, su nariz de buitre, sus modales de estúpido-incorregible y su intolerable y repugnante voz chillona... Lamentablemente para sus padres, el tiempo, lejos de producir un cambio favorable, lo había tornado tan desagradable hasta el punto de generar en su familia un profundo odio: pensaban seriamente en deshacerse de él.
Pero he aquí lo inusitado, lo improvisadamente genial, la verdadera prueba de lo que puede una mente humana libre de ataduras. F.M., dándose cuenta de la situación (bastante precaria a esa altura, ya que sus progenitores amenazaban con desheredarlo ante el más estúpido de los motivos), ideó el plan maestro que aún hoy lo mantiene en el recuerdo de los demás mortales, gracias a una oportunidad que se le presentó y supo aprovechar magistralmente. El hecho ocurrió precozmente, en 1982, cuando nuestro héroe contaba con dieciocho años de edad. Como todos sabemos, en esa época los hombres eran sorteados para cumplir con el servicio militar obligatorio y solamente los números bajos eran los que se salvaban. El desventurado F.M., ante la algarabía de sus familiares que soñaban con la posibilidad de un año sin su presencia, sacó el número 923, lo que significaba que le tocaba la Marina y que el lugar de cumplimiento del servicio iba a ser bastante lejano, es más, probablemente pasara mucho tiempo embarcado. Debo añadir para información del lector que en esos años el servicio militar era rigurosísimo y sólo con mucho dinero de por medio podía uno salvar su pellejo. Por supuesto que los millonarios conocían a gente influyente, a personajes importantes que habrían podido hacer algo, pero no estaban dispuestos a malgastar ni un céntimo de su fortuna para la salvación de su despreciable e inmundo vástago. Pero ellos no sabían lo que el destino, con su densa sombra pegajosa e implacable, les depararía.
A continuación, transcribo parte del interesante diálogo entre F.M. y su padre en el transcurso del cual surgió de la lúcida inteligencia del primero la jugarreta histórica que le daría la gloria. Trataré de ser breve y conciso, obviando detalles que solo servirían para adormecimiento del lector
-Padre, como sabrás he sido sorteado para cumplir con el servicio militar -chilló F.M.- Necesitaría que me prestes dinero para poder salvarme. Detesto el ejercicio.
-No pienso tirar mi dinero tradicional y casi me atrevería a decir sagrado para que un imbécil de mierda como vos no cumpla con algo que tal vez le sería provechoso y le daría un aprendizaje de vida -expresó el padre en forma desmesuradamente irónica.
En ese momento las fuerzas de F.M. parecieron renacer. Su abominable rostro pareció iluminarse de pronto.
-Papá, te gustaría deshacerte de mí para siempre? -dijo sonriendo.
-Nada me haría más dichoso que no verte más. Sos la vergüenza que envilece nuestra estirpe -contestó el padre con una mirada francamente antipática.
Los ojos de ambos se cruzaron en un punto imaginario. No se parecían en nada. Tal vez la animosidad paterna provenía de una supuesta infidelidad de la madre con un cobrador de seguros pero, ¿quién podría asegurarlo?
-Tengo una gran idea que quizá pueda complacerte -prosiguió F.M.- pero si querés ganar también tenés que arriesgar , aunque sólo en forma mínima ya que contarías con un 99 posibilidades a favor y un uno por ciento en contra.
-Tratándose de no verte más arriesgaría mucho más que eso.
-Entonces lo que te voy a proponer te va a gustar mucho.
-Hablá -dijo el padre que empezaba a ponerse ansioso.
-Me voy a salvar del servicio militar sin tu ayuda económica -expresó F,M. impasible.
-Lo que dijiste es la estupidez más grande que he oído en mi vida. ¿Qué tiene que ver con nuestro asunto? Vamos, aclaralo rápido, estoy perdiendo demasiado tiempo con tus pelotudeces.
-Bien, el trato que te propongo es el siguiente, se trata de una apuesta. Si logro mi cometido me tendrás que entregar todo el dinero y las propiedades de la familia. En caso contrario me desheredarás, yo me iré de aquí y nunca más me volverás a ver. Lógicamente, haremos los trámites indispensable ante un escribano que legitime toda la documentación correspondiente a las dos opciones posibles y en cuanto se conozca el resultado se procederá a disponer de nuestras respectivas suertes.
-Jamás pensé que sería tan fácil desprenderme de vos, basura infecta. En poco tiempo serás un soldado, un colimba arrastrado y alcahuete. No veré tu sucia cara ni en fotos- aseguró el padre saliendo de la habitación tras un violento portazo.
Pero el millonario se había equivocado. F.M., rompiendo todo tipo de esquemas, cruzó la barrera de la lógica, inscribió su nombre en el pedestal de lo inusitado y consiguió su difícil cometido. A los dieciocho años se convertía en el millonario más joven del país. Desde entonces, su detestable familia vivió muy lejos del viejo esplendor, soportando pobreza, hambre, penurias y humillaciones.
Y F.M. siempre sonreía al contarlo. Siempre con su cara de jabalí, su nariz de buitre, sus modales de estúpido incorregible y su voz chillona insoportable. Siempre desde su silla de ruedas, que comenzara a usar luego de que un tren le amputara ambas piernas aquel día en que pasó a integrar la lista de los grandes.